El tiempo es a veces como un arcoíris, nunca lograremos atraparlo,
siempre se escapa. Por lo general pasa muy rápido. Perfectamente pueden pasar
20 años en un abrir y cerrar de ojos. Sobre todo pasa más rápido cuando
corremos sin detenernos, y también (según mi opinión) cuando no miramos hacia
atrás.
“.. y lo más resbaladizo es creernos sin memoria” (Cerati) … “ I let my past ran to fast.. “ (Rush)…
Sincrónicamente estoy escuchando canciones que hablan de lo que pienso ahora. La memoria. Es tan importante recuperar la memoria, pero es
sorprendente como arrancamos de ella. El mecanismo de olvidar es negligente.
Fácilmente en la marea de la vida, nos alejamos de nuestras costas, y no
hacemos el ejercicio de parar y mirar atrás. Las fotos, que son revisadas en pocas ocasiones, acercan el pasado. Imágenes
de la niñez, nos teletransportan, a sensaciones, imágenes, olores, sentimientos
de otra época.
Correr.. para cumplir, para lograr, para sobrevivir. Nos hace olvidar.
Un olvido que desconecta, separa. ¿Quizás cuanta respuesta estaba ahí,
mirando sólo un instante hacia atrás?¿Qué
nos hace olvidar? ¿Qué nos hace estar continuamente arrojados hacia el futuro
sin descanso? Quizás justamente sea el temor a encontrar las respuestas que buscamos. Quizás
sea esa verdad la que no queremos conocer. Nos asusta pero a la vez nos motiva
a conocerla. Así como la chica que no quiere verse en el espejo, pero que a la
vez necesita hacerlo. ¿Qué puede producir el ejercicio de mirar hacia atrás? ¿Podrá
tener esa práctica, la fuerza de cuestionar nuestro objetivo actual? Cuestionamientos.
Lo paradójico es que al tratar de olvidar.. o de no recordar, ya
traemos el pasado al presente. No somos libres de él. A pesar de que vivimos
nuestro presente, ese pasado está ahí siempre. Se encuentra en forma subterránea,
alimentando nuestro inconsciente, surgiendo oníricamente. ¿Acaso corriendo
pensamos que avanzamos, que eliminamos los malos recuerdos para siempre? Podría
ser que sea sólo un postergar de ese encuentro tarde o temprano, con nuestra
historia.
Vamos por la vida adaptándonos a las circunstancias, y olvidando
nuestra trayectoria, en todo su detalle: sus vueltas, desvíos, subidas y bajadas . Nunca
hay tiempo…siempre hay algo que hacer, un deber, una responsabilidad. Pero, ¿no
será esto una excusa? ¿No será el miedo el que nos aleja, pero ya no a nuestros
recuerdos, sino más bien a nuestra esencia?
La memoria nos conecta con nuestras raíces, que quizás son anteriores
a nuestro nacimiento. Heredamos la historia de nuestros padres, de sus
trayectorias, sus quiebres y aciertos. Todo está en el ADN.Como un libro se van
archivando los capítulos de nuestra historia, y la de nuestros padres y
abuelos. Si allí no encontramos material que nos sirva para conocer más de
nosotros mismos, entonces ¿dónde?
No siempre recordar es placentero. Aparecen juicios, lamentos, y culpas. Más que mal es la
vida misma con todos sus ingredientes. El recordar no deja de ser un acto
valiente y esforzado, en el que sin duda se requiere voluntad y coraje. Un acto
tan simple como recordar puede ser muy difícil, y a la vez muy sanador.
Recordar da la posibilidad de re-significar también y abre posibilidades hacia
el futuro.
Hoy en día todo es inmediato, fácil y desechable. El acto de recordar
es algo tan fuera de la moda, o la sintonía de esta cultura actual, que parece
algo sin sentido, poco práctico. Sólo se habla del futuro promisorio, del avanzar
constantemente, de olvidar el pasado.
Como si el lugar que tenemos ahora, no estuviese marcado por los que
dieron su sangre, o por los que no la dieron.
El acto de olvidar es tan absurdo: como pretender mirarse al espejo y no
ver las propias cicatrices.
Esa intención de olvidar es tan resbaladiza. Como un bumerán, el
pasado vuelve al presente. A algunos ya les
llega cerca del lecho de muerte, quizás como una forma de hacer el análisis de
la vida entera.
Recordar es vivir. Y no hablo de un melancólico sentimiento, sino que
de un rescate esencial.
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