ROMANTICISMO Y
COTIDIANEIDAD
El amor romántico, tiene como tal, toda la ilusión e
idealismo de la realización perfecta.
Soñamos despiertos.
Melodías melosas resuenan en nuestra mente. También
aparecen, miles de películas, de amores de “odisea”, que vencen distancias,
tiempo, y todo tipo de tentaciones. Es algo idílico que saca lo más noble de
nuestras almas, y nos da la promesa de alcanzar lo sublime. La fábula que llega
inesperadamente. Un encuentro de dos almas tan certero, que no existe duda de su
autenticidad. En este tipo de unión, el complemento es perfecto. La media naranja,
que calza armónicamente con nuestras características. No exactamente iguales
pero perfectas, el uno para el otro.
Pero lo más importante y central de toda esta
poesía, es que ese sueño romántico, nos
hace olvidamos, aunque sea por un momento de todas nuestras limitaciones y problemas.
Cuando llega, todo lo trivial e insípido desaparece, y pareciese que el mundo
entero es mágico. Todo el tedio de la vida, se reemplaza por esa atmósfera hollywodense
propia del amor idilico.
El problema de este romanticismo es su naturaleza etérea.
Como se aleja de lo mundano, pasarán un par de meses, o quizás semanas, en que inevitablemente
se enfrente a lo terrenal. Ahí donde ya
no surge la magia o la pasión espontáneamente, sino que requiere de algo de
voluntad Allí donde la perseverancia y la paciencia son armas necesarias para
lidiar con las asperezas de la cotidianeidad y la rutina. Cuando lo mágico del
descubrimiento mutuo desaparece y el tesón de la construcción ladrillo a
ladrillo, se hace fundamental.
Ahí en ese punto es donde comienza la construcción de una
relación perdurable.